he sentido torpe, tanto en pensamiento como en palabra, el gemido secreto de mi corazón me ha traído alivio, y he experimentado una inusual libertad. ¿Pero cómo nos atreveremos a orar en la batalla si nunca hemos clamado al Señor mientras nos ceñíamos la armadura? El recuerdo de sus luchas en casa conforta al predicador encadenado cuando se halla en el púlpito: Dios no nos abandonará a menos que nosotros le hayamos abandonado a él. Tú, hermano, descubrirás que la oración te garantiza la fuerza suficiente
Page 83